23 de enero de 2013

Hoy aparecemos en el Periódico

Eduard Riera y Asier Suescun, en una de las salas
de La Fontana. RICARD CUGAT
Cuando estábamos en Sicilia, cada noche nos acercábamos al puerto de Catania a hablar con los marineros para que nos contaran su experiencia en el mar. En una ocasión nos paramos a conversar con un hombre que esperaba sentado frente a un barco.

Al dirigirnos a él, nos dijo, con semblante serio, que no conocía el mar. Solo tenía un pequeño barco con el que remolcaba otras embarcaciones dentro del puerto y con el que nunca había ido más allá de las dársenas. "El motor no aguantaría fuera", era lo que le decían todos en el muelle. El resto de trabajadores que frecuentaban el astillero no entendía las ansias de ese hombre por salir de allí, el trabajo para vivir lo podía conseguir sin necesidad de salir a alta mar. Sin duda era más cómodo quedarse donde estaba.

Nos contó que en una ocasión lo había intentado, había dejado su pequeña barca aparcada y se había sumado a la tripulación de un barco pesquero que salía de madrugada a faenar. Pero no resultó tan bien como esperaba. Se toparon con una fuerte tormenta al poco de salir. Fue imposible la pesca. Las olas zarandeaban bruscamente la embarcación, con tan mala suerte que, dada la inexperiencia de este hombre en habilidades marineras, cayó al mar y tuvieron que lanzarse a rescatarlo.

Pero él seguía soñando con navegar allá fuera. Veía cada día multitud de barcos a lo lejos, se preguntaba cómo podría conseguir llegar hasta allá. Se imaginaba que los dueños de aquellas embarcaciones, a las que él miraba con sana envidia, algún día se encontraron anhelando el mar desde la orilla y ahora disfrutaban de la vista de las luces de la costa desde tan lejos. Conocía el trabajo y esfuerzo que le supondría llegar hasta allá. La gente le alentaba a no dejar su cómodo empleo, la experiencia le decía que algo podía salir mal.

Esa noche volvía a intentarlo, volvía a aparecer la oportunidad delante suya y sintió el coraje de tomarla. La oportunidad no era que saliera un barco, pues cada madrugada decenas de ellos partían del muelle. La oportunidad estaba dentro de él, en las ganas de ver aquella noche las lejanas luces de la costa y en la lucha por la búsqueda de su sonrisa, sonrisa que sabía que alcanzaría si cada amanecer lo sorprendiera en alta mar.

Y nos contó que no tenía miedo, había aprendido de la experiencia. Aprender de la experiencia no significa tratar de no cometer los mismos errores. Si no arriesgarse a seguir cometiéndolos sabiendo que tratas de conseguir lo que quieres. Cometerlos esta vez con perspectiva, consciente de las consecuencias y al mismo tiempo consciente de que el objetivo que quieres alcanzar merece la pena.

No volvimos a saber nada de aquel hombre. Al día siguiente no fuimos al puerto, teníamos que rodar un proyecto de unos barquitos de papel surcando un río.

Hoy, aparecemos en el Periódico.

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